La bella durmiente de los manglares
- Kathy Bonilla
- 23 jun 2024
- 4 Min. de lectura
En la historia anterior les conté sobre nuestro primer intento fallido de tour de manglar en el Golfo de Nicoya. El segundo intento fue el definitivo, incluso superó mis expectativas.

Tan solo adentrarnos en el mar y ya teníamos sobre nuestras cabezas a los pelicanos y las fragatas, que se transportaban en pequeños grupos y con un ritmo bastante lento. Estos animales en general planean mucho en sus vuelos, lo que les da esa apariencia de que se toman la vida con bastante calma, y efectivamente pues es una cuestión meramente energética para evitar el gasto innecesario.
Unos instantes después, nos encontramos numerosos correlimos descansando a la orilla de la costa tras sus extensas migraciones. Una especie de correlimos que destaco fue el chorlito gris (Pluvialis squatarola), que junto con el zarapito trinador (Numenius phaeopus), nos acompañaron durante todo el recorrido por el manglar.
Dejando atrás las aguas del golfo, nos adentramos por los canales que desemboca el Río Tempisque. Entre la mezcla de aguas dulces y saladas, es donde el manglar se desenvuelve en su máximo esplendor. Al menos cuatro especies de árboles de manglar decorando la orilla (mangle rojo, mangle negro, mangle blanco y mangle té). Ahí justamente, sobre las ramas de un mangle rojo, se daba vida a no uno, sino dos nidos de chocuaco (Cochlearius cochlearius) con sus pichoncitos recién nacidos. Estas enormes y hermosas garzas, de hábitos nocturnos, tienen una apariencia muy particular por sus picos anchos y sus ojos muy grandes y brillantes que cautivan.
Avanzamos un poco más, siguiendo las hileras de mangle rojo, hasta que nos encontramos a la bella durmiente de este relato. Un individuo de tonos café, cuerpo alargado, hombros encogidos, que descansaba tranquilamente sobre las gruesas ramas de mangle. Es un ave poco conocida comúnmente, de hecho, no sé si el nombre en español les suene familiar: “Añapero menor” (Chordeiles acutipennis, o Lesser Nighthawk en inglés). Este animalito, es familia de otro que estoy segura sí conocen: los cuyeos. Pero contrario a los cuyeos que son aves residentes, el añapero menor tiene poblaciones tanto migratorias como residentes. Sus poblaciones residentes se distribuyen por toda la costa Pacífica de nuestro país. Por lo que más creo es que este individuo se tratara de un individuo residente. Le llamé bella durmiente, pues al ser una especie nocturna, se encontraba en su profundo sueño cuando llegamos. Al cabo de un momento, abrió los ojos, pero no le inmutó nuestra presencia, ciertamente un poco alejada para no causar gran disturbio.

El encuentro fue muy especial, pues es una especie bastante elusiva, que rara vez se logra ver perchada. Mayormente se le encuentra volando a la hora crepuscular, cuando sale a buscar su alimento, principalmente insectos que caza al vuelo. Tiene una apariencia llamativa, de alas largas y puntiagudas, que les ha otorgado su nombre en inglés “nighthawks” (o gavilanes nocturnos si lo traducimos literal).
Sobre otros avistamientos interesantes, debo destacar que me sorprendió mucho ver un elanio plomizo (Ictinia plumbea) persiguiendo y atacando a un águila pescadora (Pandion haliaetus). Ambos hacían piruetas al vuelo en sus respectivos roles.
Este comportamiento es bastante común en especies como los mosqueros hacia los gavilanes o depredadores para lograr ahuyentarlos de sus nidos o pichones, y es conocido en inglés como “mobbing behavior” que traducirlo vendría siendo como “comportamiento de acoso”. Pero regresando al caso del águila pescadora, ésta basa su dieta exclusivamente de peces, la cual ha desarrollado bastantes adaptaciones para ser una excelente e impecable pescadora. No tiene la necesidad, hasta donde llega mi conocimiento, de comer otros pájaros. Para mí, la explicación que encuentro posible es que cuando las aves están en época de anidamiento, se tornan muy agresivas y defienden mucho más sus territorios, así que este elanio pudo detectar a la pescadora como una amenaza, al ser también una rapaz, aunque no lo fuera específicamente.
El mar me proporciona una sensación de paz y tranquilidad que me envuelve y me libera. Escuchar el reventar de las olas, los sonidos de las aves playeras, el olor del sol calentando la arena… No puedo terminar la historia sin contar el desenlace de esta gira.
El tour de manglar terminó muy exitosamente, sin tropezones esta vez.
Hacia la tarde, envuelta en la tranquilidad que describo, me fui a la orilla de la playa a sentir este bienestar. Para mi sorpresa, encontré una pareja de Vuelvepiedras Rojizo (Arenaria interpres), otra especie de playero muy hermosa y colorada. Ahí estoy yo viéndolos, junto con otras garzas a la orilla de la playa rocosa, cuando al sentarme, perdí el equilibrio e instintivamente puse la mano para no caerme. Pues las rocas de esta playa están incrustadas de muchas conchas muy filosas, que al momento de ver mi mano, la sangre escurría sin parar. Pasé incapacitada por algunos días, y la herida en la palma de la mano dolió bastante y tardó varias semanas en cerrar. Con una cicatriz que quedará de por vida.
No me arrepiento de nada. Las marcas más bellas son las que quedan en el corazón grabadas... ¿Qué hubieras hecho en mi lugar?
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